miércoles, 27 de mayo de 2009

Sinestesia

La sinestesia es, en neurología, la mezcla de impresiones de sentidos diferentes. Un sinestético puede, por ejemplo, oír colores, ver sonidos, y percibir sensaciones gustativas al tocar un objeto con una textura determinada. La sinestesia es un efecto común de algunas drogas psicodélicas, como el LSD, la mescalina o algunos hongos tropicales.

Los sinestéticos perciben con frecuencia correspondencias entre tonos de color, tonos de sonidos e intensidades de los sabores de forma involuntaria. Por ejemplo, un sinestético puede ver un rojo con mayor intensidad cuando un sonido se vuelve más agudo, o tocar una superficie más suave le puede hacer sentir un sabor más dulce. Estas experiencias no son metafóricas o meras asociaciones sino percepciones, y la depresión tiende a aumentar su fuerza.

La sinestesia puede ocurrir incluso cuando uno de los sentidos está dañado. Por ejemplo, una persona que puede ver colores cuando oye palabras puede seguir percibiendo estos colores aunque pierda la visión durante su vida. Este fenómeno recibe también el nombre de "colores marcianos", término que se originó tras un caso de un sinestético que nació parcialmente daltónico pero decía ver colores 'alienígenas', que era incapaz de ver en el sentido habitual del término y que en realidad percibía debido a su sinestesia.

La primera descripción de este fenómeno la realizó el Doctor G.T.L Sachs en 1812. Y se da con más frecuencia entre los autistas. Algunos tipos de epilepsia provocan también percepciones sinestésicas.


fuente: Wikipedia

jueves, 14 de mayo de 2009

Autobiografía

de Macedonio Fernández.

El Universo o Realidad y yo nacimos en 1 de Junio de 1874 y es sencillo añadir que ambos nacimientos ocurrieron cerca de aquí y en una ciudad de Buenos Aires. Hay un mundo para todo nacer, y el no nacer no tiene nada de personal, es meramente no haber mundo. Nacer y no hallarlo es imposible; no se ha visto a ningún yo que naciendo se encontrara sin mundo, por lo que creo que la Realidad que hay la traemos nosotros y no quedaría nada de ella si efectivamente muriéramos, como temen algunos.

En vano diga la historia, en volúmenes inmensos, sobre el mucho haber mundo antes de ese 1 de Junio; sus tomos bobalicones es lo único que yo conozco (no sus hechos), pero los conocí, después de nacer, como todo lo demás. Lo que me podría convencer sería el Arte, más gracioso y verdadero: un preludio de Rachmaninoff, una mirada creada por Goya, pero no es tan crédulo el arte, no abre la boca ante los cortejos de pompas fúnebres, como la historia.

Nací, otros lo habrán efectuado también, pero en sus detalles es proeza. Lo tenía olvidado, pero lo sigo aprovechando a este hecho sin examinarlo, pues no le hallaba influencia más que sobre la edad. Mas las oportunidades que ahora suelen ofrecerse de presentar mi biografía (en la forma más embustera de arte que se conoce, como autobiografía, solo las Historias son más adulteradas) háceme advertir lo injusto que he sido con un hecho tan literario como resulta la natividad. (El dato de la fecha de ésta se me ha pedido tanto y con una sonrisa tan juguetona, que tuve la ilusión de que ello significaba que era posible una fecha mejor de nacimiento mío y se me alentaba a elegirla y pedirla, que se me habría de conseguir. Por si acaso, aunque no han progresado ni declarándose estas cortesías, dejo dicho que me gustaría haber nacido en 1900).

Como no hallo nada sobresaliente que contar de mi vida, no me queda más que esto de los nacimientos, pues ahora me ocurre otro: comienzo a ser autor. De la Abogacía me he mudado; estoy recién entrando en la Literatura y como ninguno de la clientela mía judicial se vino conmigo, no tengo el primer lector todavía. De manera que cualquier persona puede tener hoy la suerte, que la posteridad le reconocerá, de llegar a ser el primer lector de un cierto escritor. Es lo único que me alegra cuando pienso la fortuna que correrá mi libro: «No toda es vigilia la de los ojos abiertos». No se olvide: soy el único literato existente de quien se puede ser el primer lector. Pero además mi libro, y es más inusitado todavía, es la única cosa que en Buenos Aires puede encontrarse aún no inaugurada por el Presidente. Se están imprimiendo todos los certificados de primer lector mío que se calcula serán necesarios. Y para retener al libro el segundo precioso mérito que lo adorna, el Editor ha puesto vigilancia en todos los caminos por donde pueda acercarse una Inauguración Presidencial infortunada.

El miedo a la libertad II

Extraído de “El miedo a la libertad” de Erich Fromm.

Editorial Paidos, Buenos Aires, 2008. 1º edición 1941.

Páginas 70 a 73.

También desde el punto de vista filogenético, la historia del hombre puede caracterizarse como un proceso de creciente individualización y libertad. El hombre emerge del estado prehumano al dar los primeros pasos que deberían liberarlo de los instintos coercitivos. Si entendemos por instinto un tipo específico de acción que se halla determinado por ciertas estructuras neurológicas heredadas, puede observarse dentro del reino animal una tendencia bien delimitada¹. Cuando más bajo se sitúa un animal en la escala de desarrollo filogenético, tanto mayor es su adaptación a la naturaleza y la vigilancia que los mecanismos reflejos e instintivos ejercen sobre todas sus actividades. Las famosas organizaciones sociales de ciertos insectos han sido enteramente creadas por el instinto. Por otra parte, cuando más alto se halla colocado en esa escala, tanto mayor es la flexibilidad de sus acciones y tanto menos completa es su adaptación estructural tal como se presenta en el momento de nacer. Este desarrollo alcanza su apogeo en el hombre. Éste, al nacer, es el más desamparado de todos los animales. Su adaptación a la naturaleza se funda sobre todo en el proceso educativo y no en la determinación instintiva. «El instinto [...] es una categoría que va disminuyendo, si no desapareciendo, en las formas zoológicas superiores, especialmente en la humana.»²

La existencia humana empieza cuando el grado de fijación instintiva de la conducta es inferior a cierto límite; cuando la adaptación a la naturaleza le deja de tener carácter coercitivo; cuando la manera de obrar ya no es fijada por mecanismos hereditarios. En otras palabras, la existencia humana y la libertad son inseparables desde un principio. La noción de libertad se emplea aquí no en el sentido positivo de «libertad para», sino en el sentido negativo de «libertad de», es decir, liberación de la determinación instintiva del obrar.

La libertad en el sentido que se acaba de tratar es un don ambiguo. El hombre nace desprovisto del aparato necesario para obrar adecuadamente, aparato que, en cambio, posee el animal;³ depende de sus padres durante un tiempo más largo que cualquier otro animal y sus reacciones al medio ambiente son menos rápidas y menos eficientes que las reacciones automáticamente reguladas por el instinto. Tiene que enfrentar todos los peligros y temores debido a esa carencia del aparato instintivo. Y, sin embargo, este mismo desamparo constituye la fuente de la que brota el desarrollo humano; la debilidad biológica del hombre es la condición de la cultura humana.

Desde el comienzo de su existencia el hombre se ve obligado a elegir entre diversos cursos de acción. En el animal hay una cadena ininterrumpida de acciones que se inicia con un estimulo –como el hambre– y termina con un tipo de conducta más o menos estrictamente determinado, que elimina la tensión creada por el estímulo. En el hombre esa cadena se interrumpe. El estímulo existe, pero la forma de satisfacerlo permanece «abierta», es decir, debe elegir entre diferentes cursos de acción. En lugar de una acción instintiva predeterminada, el hombre debe valorar mentalmente diversos tipos de conducta posibles; empieza a pensar. Modifica su papel frente a la naturaleza, pasando de la adaptación pasiva a la activa: crea. Inventa instrumentos, y al mismo tiempo que domina la naturaleza, se separa de ella más y más. Va adquiriendo una oscura conciencia de sí mismo –o más bien de su grupo– como de algo que no se identifica con la naturaleza. Cae en la cuenta de que le ha tocado un destino trágico: ser parte de la naturaleza y, sin embargo, trascenderla. Llega a ser consciente de la muerte en tanto que destino final, aun cuando trate de negarla a través de múltiples fantasías.

1. Este concepto de instinto no debe confundirse con el que define el instinto como una necesidad fisiológicamente condicionada (tales como el hambre, la sed, etc.), cuya satisfacción se da por medio de procedimientos que, en sí mismos, no son fijos ni se hallan determinados por herencia.

2. L. Bernard, Instinct, Nueva York, Holt & Co., 1924, pág. 509.

3. Veasé Ralph Linton, The Study of Man, Londres, Appleton, 1936, cap. IV (trad. cast.: Estudio del hombre, México, Fondo de Cultura Económica, 1942)

lunes, 11 de mayo de 2009

Cuervos y cielos




Los cuervos afirman que un sólo cuervo podría destruir los cielos. Indudablemente, así es, pero el hecho no prueba nada contra los cielos, porque los cielos no significan otra cosa que la imposibilidad de cuervos.

Franz Kafka.


Hay tanta gente enferma y exhausta que, por lo general, el Paraíso es concebido como un lugar de reposo.

Aldous Huxley.


Cuando te asomas al interior del abismo, el abismo también se asoma a tu interior.

Friedrich Niestzche.


Si las puertas de la percepción quedaran depuradas, todo se habría de mostrar al hombre tal cual es, infinito.

William Blake


Mata a mis demonios y puede que mis ángeles también mueran.

Tenneesse Williams.


Las palabras pueden ser como rayos x, si se usan apropiadamente, lo atraviesan todo.

Aldous Huxley.


Originalidad es volver al origen.

Antonio Gaudí.


Si el hombre no sabe a cual puerto se dirige, ningún viento le es favorable.

Séneca.


Los que sueñan de día tienen conocimiento de muchas cosas que a los que sueñan de noche se les escapan.

Edgar Allan Poe


Sin ti las emociones de hoy no serían más que la piel muerta de las de ayer.

Hipólito.


A veces uno se siente incompleto y es simplemente joven.

Italo Calvino.


Pero yo siendo pobre sólo tengo mis sueños. He esparcido mis sueños bajo tus pies. Caminas suave porque estás pisando mis sueños.

Yeats.


Escribo para saber que pienso.

Graffito.


Instrucciones para dar cuerda a un reloj

Extraído de “Historias de cronopios y de famas”, de Julio Cortázar.


Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj.


Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a al muñeca y pasearás contigo. Te regalan –no lo saben, lo terrible es que no lo saben–, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan u reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.



Instrucciones para dar cuerda al reloj.


Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.

¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus pequeños rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.

El miedo a la libertad

Extraído de “El miedo a la libertad” de Erich Fromm.

Editorial Paidos, Buenos Aires, 2008. 1º edición 1941.

Páginas 65 a 67.


R. Hughes, en su A High Wind in Jamaica, nos proporciona una penetrante descripción del repentino despertar de la conciencia de sí mismo en una niña de diez años:


Y entonces le ocurrió a Emily un hecho de considerable importancia. Repentinamente se dio cuenta de quien era ella misma. Hay pocas razones para suponer el porqué ello no le ocurrió cinco años antes o, aun, cinco años después, y no hay ninguna que explique el porqué debía ocurrir justamente esa tarde. Ella había estado jugando «a la casa» en un rincón, en la proa, cerca del cabrestante (en el cual había colgado un garfio a manera de aldaba) y, ya cansada del juego, se paseaba casi sin objeto, hacia popa, pensando vagamente en ciertas abejas y en una reina de las hadas, cuando de pronto una idea cruzó por su mente como un relámpago: que ella era ella. Se detuvo de golpe y comenzó a observar toda su persona en la medida en que caía bajo el alcance de su propia vista. No era mucho lo que veía, excepto un perspectiva limitada de la parte delantera de su vestido, y sus manos, cuando las levantó para mirarlas; pero era lo suficiente para que ella se formara una idea del pequeño cuerpo que, de pronto, se le había aparecido como suyo.

Comenzó a reírse en un tono burlesco. «¡Bien –pensó realmente– imagínate, precisamente tú, entre tanta gente, ir y dejarse agarrar así; ahora ya no puedes salir de ello, en mucho tiempo: tendrás que ir hasta el fin, ser una chica, crecer y llegar a vieja, antes de librarte de esta extravagancia!»

Resuelta a evitar cualquier interrupción en este acontecimiento tan importante, empezó a trepar por el flechaste, camino de su brazal favorito, en el tope. Sin embargo, cada vez que movía un brazo o una pierna, en esa acción tan simple, el hallar estos movimientos tan obedientes a su deseo la llenaba de renovada maravilla. La memoria le decía, por supuesto, que siempre había sido así anteriormente: pero antes ella no se había dado cuenta jamás de cuan sorprendente era todo ello. Una vez acomodada en su brazal, empezó a examinar la piel de sus manos con extremo cuidado, pues era suya. Deslizó uno de sus hombros fuera del vestido y, luego de atisbar el interior de éste para asegurarse de que ella era realmente una sola cosa, una cosa continua debajo de sus vestimentas, lo encogió hasta tocarse la mejilla. El contacto de su cara con la parte cóncava, desnuda y tibia de su hombro la estremeció agradablemente, como si fuera una caricia de algún amigo afectuoso. Pero si la sensación venía de su mejilla o de su espalda, quién era el acariciador y quién el acariciado, esto, ningún análisis podía decírselo.

Una vez convencida plenamente del hecho asombroso de que ahora ella era Emily Bas-Thornton (por qué intercalaba el «ahora» no lo sabía, puesto que, ciertamente, no estaba imaginando ningún disparate acerca de transmigraciones, como el haber sido antes algún otro), empezó a considerar seriamente las consecuencias de este hecho.

viernes, 8 de mayo de 2009

Bienvenidos!!!

Hola chicos!!! 
Bienvenidos al blog de las cátedras Morfología y Percepción ("Psicofisiología de la percepción" en realidad) de la carrera de Diseño Industrial de la Facultad de Artes, Oberá, Misiones.
En este espacio no sólo vamos a publicar cosas estrictamente relativas a las cátedras, sino que tambien todo aquello que libremente tenga alguna relación o simplemente nos resulte interesante (o eso espero).
Qualquier duda, sugerencia, aporte al blog, queja, puteada y demás sandezes pueden dirigirse directamente con Renzo en Morfología o con Abigail en Percepción. O también dirigirse al mail: morfper@gmail.com
Gracias por leer!!! 
Besos